Ojos enormes, miradas fulminantes, voz silenciosa, amor intermitente profanado en arandelas,
sigo esas pupilas que en noche de luna llena me persiguen, se deslizan, oportunas con su brillo,
encaminando sonrisas, volando en tinieblas, pensando eternamente en un rostro pálido carcomido en las mañanas. Manipulo las palabras, pero no resulta, la invoco en otros cuerpos,
no puedo encontrarla, concluyo que es un
ente inalcanzable.
Las montañas
me acompañan registrando con mis huellas
esos signos de auxilio que ella se niega a mirar, soy mendigo, personaje nesciente que maldice los segundos, vida cruda
en sus vertientes escondida con suspiros.
Carne indomable que en la marcha de los años me sigue encandilando, instantes, tan solo instantes para renovar mi calma, sigo por ella, luz de siempre, luz sin clemencia moviéndose en los oscuros de una
noche, acompañada de estrellas que me rehúso a alcanzar, sigo en su mirada, acechándola sin importar
que se repita: desaparecer y
tropezar con sus rocas.
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