viernes, 7 de octubre de 2016

La cura

Remedio para el alma desolada: es necesario destrozar los espantos, fumar sus pasos y dirigir la suerte con un  rostro encaminado tras  luminosos senderos  que conducen a la alcoba de su boca, en ese encuentro quisieras  morder ese rojo carmesí, tocar el  vientre de  tu amante, moviéndote despacito para abrir esa puerta del deseo,  el cumulo de ganas ha sobrepasado  la  poderosa resistencia  de  la fémina  con caras opuestas.

Y ahora, siento  apetito pues  sus manos reposan sobre mí cara, no se puede aniquilar las ganas de recorrer el mundo  tras  la abertura de ese  traje de seda donde podría habitar sin detenerme a pensar que el tiempo sigue pasando, me inscribo al refugio de sus paredes oscuras, a  su compulsiva  lengua que atrapa  las ganas de este viajero sin equipaje, tan solo ella, evoca los  demonios,  esa es su suerte, dama de mil colores que se mueve en los rincones de mis anhelados desvelos.

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Vivo por la necesidad de encontrar esas almas que me acorralen con sus mantras, que se muevan  al paso del viento y circunden las orillas de un corazón derrotado esperando que lo ataquen y busquen en un nuevo mañana esos  renáceles de suspiros florecidos, rebeldes y con causas perfectas.

Existe la necesidad de mirar el día, mirar el día y callar, son  minutos en la vida que se pueden contemplar, observando paisajes con montañas radiantes impuestas por los siglos. La misión es no ocultar  todo el amor que un cuerpo  pueda emanar pues este se apaga haciendo un recorrido entre las sombras que contendrán los residuos de  esas  piernas cansadas en sus días de tanto andar  por la misma cuadra, por la misma avenida  en la que un hombre se empieza a asfixiar. 

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